En los entornos empresariales cambiantes que vivimos, debemos enfrentarnos a retos nuevos y complejos constantemente. Surge así la necesidad de desarrollar competencias distintas para afrontarlos. Las llamadas competencias digitales como la creatividad, la curiosidad, el pensamiento crítico, la flexibilidad, la autonomía… cobran una importancia mayúscula actualmente en las empresas. Esto requiere un esfuerzo de aprendizaje continuo por parte de las personas de una organización. Por ello, y aunque resulte paradójico en la era de la robotización, las personas y el dominio de sus habilidades “humanas” serán imprescindibles para aportar valor y acelerar los cambios.
Sin lugar a dudas, la base del liderazgo del futuro será el liderazgo emocional. Conocerse a sí mismo y conocer en profundidad a los demás para adaptar nuestro management a las necesidades de cada momento y situación, dominando las relaciones sociales, da el valor diferenciador respecto a los robots, la inteligencia artificial o la tecnología. Y en el estrato más alto para poder dar lo mejor como líderes está la integridad.
Si recogemos la definición de integridad, ya aparecen conceptos inseparables con la inteligencia emocional. Integridad se traduce como honradez, responsabilidad, control emocional, respeto (por sí mismo y por los demás), puntualidad, disciplina y firmeza en sus acciones. En general es alguien en quien se puede confiar. Se relaciona con los términos de ética y moral. Podríamos decir entonces que es un estilo de vida y de actuación, orientado por unos valores y principios éticos auténticos y coherentes.
Por ello vamos a necesitar fomentar la integridad entre nuestros directivos y mandos intermedios para facilitarles el desarrollo de su liderazgo emocional, y que empujen a sus equipos a acelerar los cambios hacia un mayor rendimiento.
Nos aproximamos a la integridad cuando aquellos con los que nos relacionamos ven en nosotros una congruencia entre lo que pensamos, decimos y hacemos. Muchas veces el comportamiento directivo es reactivo y se encuentra impulsando muchas acciones pero sin transformación auténtica, es el problema de no mantenerse conectado con su misión y valores. Conseguir estar alineado con uno mismo y la empresa no es tarea fácil, requiere foco, constancia y determinación. Uno de las principales causas de ruptura entre un directivo de valor y una empresa, es precisamente esta, cuando uno ya no se siente identificado. Sólo podemos ser mejor de lo que somos cuando actuamos en concordancia con los principios y valores que inspiran nuestra misión. En definitiva, habrá que alinear los hechos y las palabras en las empresas. Habrá que dedicar el tiempo y los esfuerzos necesarios en definir y asegurar con qué valores se ejecutan la misión del proyecto, ayudando así a atraer y a retener el talento que se identifique con los mismos.
Cuando el talento se siente identificado con lo que se hace, las personas de la organización hacen lo que les corresponde, incluso cuando nadie las ve o las controla. La cultura que creemos condicionará el comportamiento de sus miembros y expulsará a los no alineados. Debemos conseguir que el pensamiento crítico, la no penalización del error o la disrupción estén inmersas en nuestra cultura, a través de líderes íntegros al servicio del equipo. Éstos deben ser capaces de promover comportamientos curiosos, colectivos y creativos si queremos una cultura orientada al cambio y la innovación.
Además, nos será difícil entender estos comportamientos sin establecer relaciones a largo plazo de confianza y respeto con nuestros equipos, nuestros clientes, proveedores, colaboradores… La presión de los resultados y el cortoplacismo de los mismos, empuja en muchas ocasiones a olvidar lo realmente importante: el proceso y las personas. Llegamos tarde a reuniones, nos saltamos compromisos, no respetamos la conciliación ni el tiempo del otro, etc. Para conseguir centrarse en lo importante se necesita compromiso con uno mismo y con el otro. Y comprometerse exige al líder confiar y empoderar adecuadamente respetando las capacidades y el tiempo del otro. Excelentes habilidades emocionales que hay que entrenar para transformar nuestro entorno en uno más productivo, eficiente y saludable.
Una cultura orientada al cambio, alinear los hechos con las palabras y establecer relaciones de confianza y respeto, genera comportamientos íntegros que facilitan el desarrollo de líderes emocionales en las empresas. Y a su vez son la clave en la transformación necesaria para adaptarse a la volatilidad de los mercados.
La sostenibilidad de las empresas dependerá de la integridad de sus directivos y en gran medida será la competencia más deseada del futuro.